miércoles, 26 de noviembre de 2014

                                                        Texto Literario

                                                    El hombre muerto


El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla. Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo.
Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía.
El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia. La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro. Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano! Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún! ¿Aún...?
No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se está muriendo. Muerto. Puede considerarse muerto en su cómoda postura. Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevivido en el mundo? ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?
Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir.
El hombre resiste -¡es tan imprevisto ese horror!- y piensa: es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira: ¿no es acaso ese el bananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. Allí están, muy cerca, deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven... Es la calma del mediodía; pero deben ser las doce. Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo del valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar...
¡Muerto! ¿pero es posible? ¿no es éste uno de los tantos días en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo con el machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa? ¡Pero sí! Alguien silba. No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente resonar en el puentecito los pasos del caballo... Es el muchacho que pasa todas las mañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando... Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien, porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia.
¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en Misiones, en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin duda! Gramilla corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo... Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en el vientre. Hace dos minutos: Se muere.
El hombre muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media... El muchacho de todos los días acaba de pasar el puente.
¡Pero no es posible que haya resbalado...! El mango de su machete (pronto deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe muy bien cómo se maneja un machete de monte. Está solamente muy fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre. ¿La prueba...? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó él mismo en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Ya ése es su bananal; y ése es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él está echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas.
...Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos... Y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡Piapiá!
¿No es eso...? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo... ¡Qué pesadilla...! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido.
...Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y antes había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos. Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tejamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja: el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobre la gramilla -descansando, porque está muy cansado.

Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal como desearía. Ante las voces que ya están próximas -¡Piapiá!- vuelve un largo, largo rato las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido que ya ha descansado.


Biografía del autor:

Horacio Quiroga  nace el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay.
En 1897 hace sus primeras colaboraciones en medios periodísticos. En 1900 viaja a París.
En 1902 mata accidentalmente, con una pistola, a su amigo Federico Ferrando. Se muda a Buenos Aires, Argentina.
En 1903 trabaja como profesor de castellano y acompaña, como fotógrafo, a Leopoldo Lugones en una expedición a la provincia de Misiones. En 1906 publica su relato Los perseguidos, un adelanto de lo que después se conocería como literatura psicológica.
En 1909 se casa con Ana María Cirés y se van a vivir a San Ignacio. En 1911 es nombrado juez de Paz. En 1915 se suicida su mujer. Regresa a Buenos Aires en 1916.
En 1917 publica Cuentos de amor de locura y de muerte y en 1919, Cuentos de la selva, libro escrito para sus hijos.
En 1927 se casa con María Bravo. En 1932 se traslada a Misiones. En 1936 su mujer lo deja y vuelve a Buenos Aires.
El 19 de febrero de 1937, aparece muerto por ingestión de cianuro poco después de enterarse que sufre de cáncer gástrico.


Tipo de Narrador: El tipo de narrador es omnisciente ya que sabe todo lo que piensa el personaje.

Espacio: Toda la historia transcurre en el "banal".

Tema principal :  El tema principal del texto leído es la muerte del dueño de sus tierras a causa de un accidente sumamente inesperado , el hombre al cruzar cerca de el alambre de púas , se resbala y se clava en el vientre su propio machete.



                                                      Texto No Literario

     "Hombre que mató a su pareja cuando dormía queda en prisión preventiva en Talca"

El imputado concurrió voluntariamente hasta dependencias de la PDI, donde confesó la autoría del crimen.

SANTIAGO.- En prisión preventiva quedó Jorge Andrés Molina Garrido (30), quien confesó haber matado a su pareja cuando ésta dormía.

El crimen quedó al descubierto este viernes cuando el imputado se presentó voluntariamente en dependencias de la Policía de Investigaciones de Talca.

De inmediato y en compañía de la fiscal Paula Rojas, peritos de la Brigada de Homicidios de la PDI, llegaron hasta la casa habitación que Molina Garrido compartía con la víctima, identificada como Claudia Andrea Muñoz González.

Al interior del inmueble, ubicado en la población Brisas del Maule, fue encontrado el cadáver de la mujer y el arma que finalmente se utilizó.

"Se trata de una joven de 26 años de edad con una sola lesión en la zona de la región cervical. Ellos se unieron en su oportunidad hace seis años por vínculo sentimental e hicieron una vida en común y hasta el día de hoy vivían bajo el mismo techo por lo que el delito se configura como delito de femicidio, esa es la definición legal", señaló la persecutora.

Durante esta jornada, Molina Garrido fue formalizado por el delito de femicidio por parte del fiscal Francisco Soto y permanecerá detenido hasta que duren los cuatro meses fijados como plazo para la investigación.

Un equipo de profesionales de la Unidad de Víctimas y Testigos de la Fiscalía Regional, en tanto, concurrió al sitio del suceso con el fin de prestar apoyo psicológico y social a la familia de la víctima.

Idea Principal : La idea principal del texto  leído es , "Hombre que mató a su pareja cuando dormía queda en prisión preventiva en Talca".

deas Secundarias:
Jorge Andrés Molina Garrido (30)
 Policía de Investigaciones de Talca.
Víctima, identificada como Claudia Andrea Muñoz González.
Joven de 26 años de edad con una sola lesión en la zona de la región cervica.

                                                    Texto Literario

                                                  Hansel y Gretel

Al lado de un frondoso bosque vivía un pobre leñador con su mujer y sus dos hijos: el niño se llamaba Hansel, y la niña, Gretel. Apenas tenían qué comer y, en una época de escasez que sufrió el país, llegó un momento en que el hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada día.
Estaba el leñador una noche en la cama, sin que las preocupaciones le dejaran pegar ojo, cuando, desesperado, dijo a su mujer:
-¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo daremos de comer a los pobres pequeños? Ya nada nos queda.
-Se me ocurre una idea -respondió ella-. Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque. Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar el camino de vuelta, nos libraremos de ellos.
-¡Por Dios, mujer! -replicó el hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a abandonar a mis hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por las fieras.
-¡No seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los cuatro? ¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes!
Y no cesó de importunarle, hasta que el pobre leñador accedió a lo que le proponía su mujer.
-Pero los pobres niños me dan mucha lástima -concluyó el hombre.
Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre desvelados, oyeron lo que la madrastra dijo a su padre.
Gretel, entre amargas lágrimas, dijo a Hansel:
-¡Ahora sí que estamos perdidos!
-No llores, Gretel -la consoló el niño-, y no te aflijas, que yo me las arreglaré para salir del paso.
Cuando los viejos estuvieron dormidos, Hansel se levantó, se puso la chaquetilla y, sigilosamente, abrió la puerta y salió a la calle. Brillaba una luna espléndida, y los blancos guijarros que estaban en el suelo delante de la casa, relucían como monedas de plata. Hansel fue recogiendo piedras hasta que no le cupieron más en los bolsillos de la chaquetilla. De vuelta a su cuarto, dijo a Gretel:
-Nada temas, hermanita, y duerme tranquila. Dios no nos abandonará.
Y volvió a meterse en la cama.
Con las primeras luces del día, antes aun de que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los niños:
-¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque a por leña.
Y dando a cada uno un mendruguillo de pan, les advirtió:
-Aquí tenéis esto para el almuerzo, pero no os lo vayáis a comer antes, pues no os daré nada más.
Gretel recogió el pan en su delantal, puesto que Hansel llevaba los bolsillos llenos de piedras, y emprendieron los cuatro el camino del bosque. De cuando en cuando, Hansel se detenía para mirar hacia atrás en dirección a la casa. Entonces, le dijo el padre:
-Hansel, no te quedes rezagado mirando para atrás. ¡Vamos, camina!
-Es que miro mi gatito blanco, que está en el tejado diciéndome adiós -respondió el niño.
Y replicó la mujer:
-Tonto, no es el gato, sino el sol de la mañana, que se refleja en la chimenea.
Pero lo que estaba haciendo Hansel no era mirar al gato, sino ir arrojando blancas piedrecitas, que sacaba del bolsillo, a lo largo del camino.
Cuando estuvieron en medio del bosque, dijo el padre:
-Ahora recoged leña, pequeños; os encenderé un fuego para que no tengáis frío.
Hansel y Gretel se pusieron a coger ramas secas hasta que reunieron un montoncito. Encendieron una hoguera y, cuando ya ardía con viva llama, dijo la mujer:
-Poneos ahora al lado del fuego, niños, y no os mováis de aquí; nosotros vamos por el bosque a cortar leña. Cuando hayamos terminado, vendremos a recogeros.
Los dos hermanitos se sentaron junto al fuego y, al mediodía, cada uno se comió su mendruguillo de pan. Y, como oían el ruido de los hachazos, creían que su padre estaba cerca. Pero, en realidad, no era el hacha, sino una rama que él había atado a un árbol seco, y que el viento hacía chocar contra el tronco.
Al cabo de mucho rato de estar allí sentados, el cansancio les cerró los ojos, y se quedaron profundamente dormidos. Despertaron bien entrada la noche, en medio de una profunda oscuridad.
-¿Cómo saldremos ahora del bosque? -exclamó Gretel, rompiendo a llorar.
Pero Hansel la consoló:
-Espera un poco a que salga la luna, que ya encontraremos el camino.
Y cuando la luna estuvo alta en el cielo, Hansel, cogiendo de la mano a su hermanita, se fue guiando por las piedrecitas blancas que, brillando como monedas de plata, le indicaron el camino.
Estuvieron andando toda la noche, y llegaron a la casa al despuntar el alba. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra, que, al verlos, exclamó:
-¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en el bosque? ¡Ya creíamos que no pensabais regresar!
Pero el padre se alegró de que hubieran vuelto, pues le remordía la conciencia por haberlos abandonado.
Algún tiempo después hubo otra época de miseria en el país que volvió a afectarles a ellos. Y los niños oyeron una noche cómo la madrastra, estando en la cama, decía a su marido:
-Otra vez se ha terminado todo; sólo nos queda media hogaza de pan. Tenemos que deshacernos de los niños. Los llevaremos más adentro del bosque para que no puedan encontrar el camino; de otro modo, no hay salvación para nosotros.
Al padre le dolía mucho abandonar a los niños, y dijo:
-Mejor harías compartiendo con tus hijos hasta el último bocado.
Pero la mujer no atendía a razones, y lo llenó de reproches e improperios; de modo que el hombre no tuvo valor para negarse y hubo de ceder otra vez.
Sin embargo los niños estaban aún despiertos y oyeron la conversación. Cuando los viejos se durmieron, Hansel se levantó de la cama con intención de salir a recoger guijarros como la vez anterior; pero no pudo hacerlo, pues la mujer había cerrado la puerta. Dijo , no obstante, a su hermanita para consolarla:
-No llores, Gretel, y duerme tranquila, que Dios nos ayudará.
A la mañana siguiente se presentó la mujer a sacarlos de la cama y les dio su pedacito de pan, más pequeño aún que la vez anterior.
Camino del bosque, Hansel iba desmigando el pan en el bolsillo y, deteniéndose de trecho en trecho, dejaba caer miguitas en el suelo.
-Hansel, ¿por qué te paras a mirar atrás? -dijo el padre-. ¡Vamos, no te entretengas!
-Estoy mirando a mi palomita, que desde el tejado me dice adiós.
-¡Tarugo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la mañana, que se refleja en la chimenea.
Pero Hansel fue sembrando de migas todo el camino. La madrastra condujo a los niños aún más adentro del bosque, a un lugar en el que nunca había estado. De nuevo encendieron un gran fuego, y la mujer les dijo:
-Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis, podéis dormir un poco. Nosotros vamos a por leña y, al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos a recogeros.
A mediodía, Gretel repartió su pan con Hansel, ya que él había esparcido el suyo por el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a buscarlos; se despertaron cuando era ya noche cerrada. Hansel consoló a Gretel diciéndole:
-Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan que yo he ido arrojando al suelo, y nos mostrarán el camino de vuelta.
Cuando salió la luna se dispusieron a regresar, pero no encontraron ni una sola miga; se las habían comido los miles de pajarillos que volaban por el bosque. Hansel dijo entonces a Gretel:
-Encontraremos el camino.
Pero no lo encontraron. Anduvieron toda la noche y todo el día siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del bosque; además estaban hambrientos, pues no habían comido más que unos pocos frutos silvestres, recogidos del suelo. Y como se sentían tan cansados que las piernas se negaban ya a sostenerlos, se echaron al pie de un árbol y se quedaron dormidos.
Y amaneció el día tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha, pero cada vez se internaban más profundamente en el bosque; si alguien no acudía pronto en su ayuda, morirían de hambre. Sin embargo, hacia el mediodía, vieron un hermoso pajarillo blanco como la nieve, posado en la rama de un árbol; cantaba tan alegremente, que se detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado de cantar, abrió sus alas y emprendió el vuelo; y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se posó; al acercarse, vieron que la casita estaba hecha de pan y cubierta de chocolate, y las ventanas eran de puro azúcar.
-¡Vamos a por ella! -exclamó Hansel-. Nos vamos a dar un buen banquete. Me comeré un pedacito del tejado; tú, Gretel, puedes probar la ventana, verás lo dulce que es.
Hansel se encaramó al tejado y partió un trocito para probar a qué sabía, mientras Gretel mordisqueaba en la ventana. Entonces oyeron una fina voz que venía de la casa, pero siguieron comiendo sin dejarse intimidar. Hansel, a quien el tejado le había gustado mucho, arrancó un gran trozo y Gretel, tomando todo el cristal de una ventana, se sentó en el suelo a saborearlo. Entonces se abrió la puerta bruscamente y salió una mujer muy vieja, que caminaba apoyándose en un bastón.
Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenían en las manos; pero la vieja, moviendo la cabeza, les dijo:
-¡Hola, queridos niños!, ¿quién os ha traído hasta aquí? Entrad y quedaos conmigo que no os haré ningún daño.
Y, cogiéndolos de la mano, los metió dentro de la casita, donde había servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Después los llevó a dos camitas que estaban preparadas con preciosas sábanas blancas, y Hansel y Gretel se acostaron en ellas, creyéndose en el cielo.
La vieja aparentaba ser muy buena y amable, pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los niños para cazarlos, y había construido la casita de pan con chocolate con el único objeto de atraerlos. Cuando un niño caía en su poder, lo mataba, lo cocinaba y se lo comía; esto era para ella una gran fiesta. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas de vista; pero, en cambio, su olfato es muy fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos advierten la presencia de las personas. Cuando sintió que se acercaban Hansel y Gretel, dijo riéndose malignamente:
-¡Ya son míos; éstos no se me escapan!
Se levantó muy temprano, antes de que los niños se despertaran, y al verlos descansar tan plácidamente, con aquellas mejillas sonrosadas, murmuró entre dientes:
-¡Serán un buen bocado!
Y agarrando a Hansel con sus huesudas manos, lo llevó a un pequeño establo y lo encerró tras unas rejas. El niño gritó con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil. Se dirigió entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola violentamente y gritándole:
-¡Levántate, holgazana! Ve a buscar agua y prepárale algo bueno de comer a tu hermano; está afuera en el establo y quiero que engorde. Cuando esté bien gordo, me lo comeré.
Gretel se echó a llorar amargamente, pero todo fue en vano; tuvo que hacer lo que le pedía la malvada bruja. Desde entonces a Hansel le sirvieron comidas exquisitas, mientras Gretel no recibía sino migajas. Todas las mañanas bajaba la vieja al establo y decía:
-Hansel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordito.
Pero Hansel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenía la vista muy mala, creía que era realmente el dedo del niño, y se extrañaba de que no engordase. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hansel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso esperar más tiempo:
-¡Anda, Gretel -dijo a la niña-, ve a buscar agua! Esté gordo o flaco tu hermano, mañana me lo comeré.
¡Oh, cómo gemía la pobre hermanita cuando venía con el agua, y cómo le corrían las lágrimas por sus mejillas!
-¡Dios mío, ayúdanos! -exclamó-. ¡Ojalá nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo menos habríamos muerto juntos!
-¡Deja ya de lloriquear! -gritó la vieja-; ¡no te servirá de nada!
Por la mañana muy temprano, Gretel tuvo que salir a llenar de agua el caldero y encender el fuego.
-Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y preparado la masa.
Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el horno, de donde ya salían llamas.
-Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan -dijo la bruja.
Su intención era cerrar la puerta del horno cuando la niña estuviese dentro, para asarla y comérsela también. Pero Gretel adivinó sus intenciones y dijo:
-No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo puedo entrar?
-¡Habráse visto criatura más tonta! -replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por ella.
Y para demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en el horno. Entonces Gretel, de un empujón, la metió dentro y, cerrando la puerta de hierro, echó el cerrojo. ¡Qué chillidos tan espeluznantes daba la bruja! ¡Qué berridos más espantosos! Pero Gretel echó a correr, y la malvada bruja acabó muriendo achicharrada miserablemente.
Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado Hansel y le abrió la puerta, exclamando:
-¡Hansel, estamos salvados; la vieja bruja ha muerto!
Entonces saltó el niño fuera, como un pájaro al que se le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos! ¡Cómo se abrazaron! ¡Cómo se besaron y saltaron! Y como ya nada tenían que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas.
-¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hansel, llenándose de ellas los bolsillos.
Y dijo Gretel:
-También yo quiero llevar algo a casa.
Y, a su vez, se llenó el delantal de piedras preciosas.
-Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado.
Después de algunas horas de camino llegaron a un ancho río.
-No podemos pasar -dijo Hansel-, no veo ni vado ni puente.
-Tampoco hay ninguna barca -añadió Gretel-; pero mira, allí nada un pato blanco; si se lo pido nos ayudará a pasar el río.
Gretel llamó al patito pidiéndole que los ayudara.
El patito se acercó y Hansel se montó en él, y pidió a su hermanita que se sentara a su lado.
-No -replicó Gretel-, sería muy pesado para el patito; es mejor que nos lleve uno tras otro.
Así lo hizo el buen patito, y cuando ya estuvieron en la otra orilla y hubieron caminado un rato, el bosque les fue siendo cada vez más familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron entonces a correr, entraron como una tromba y se echaron en los brazos de su padre. El pobre hombre no había tenido una sola hora de felicidad desde el día en que abandonara a sus hijos en el bosque; la madrastra había muerto. Sacudió Gretel su delantal y todas las perlas y piedras preciosas saltaron y rodaron por el suelo, mientras Hansel vaciaba también a puñados sus bolsillos. Se acabaron desde entonces todas las penas y, en adelante, vivieron los tres muy felices y contentos.

Biografia:

Hermanos Grimm —Jacob Ludwig Karl Grimm, Wilhelm Karl Grimm.— Pioneros en el estudio de la filología y el folclore. Nacieron en Hanau - Jacob el 4 de enero de 1785 y Wilhelm el 24 de febrero de 1786-. Cursaron estudios en la Universidad de Marburgo. Jacob fue un filólogo muy interesado en la literatura medieval y la investigación científica del lenguaje. Tras pasar varios años en Kassel trabajando en cargos administrativos se trasladaron en 1830 a la Universidad de Gotinga, donde Wilhelm estuvo de bibliotecario y Jacob de profesor asistente. Fue autor de la Gramática alemana (1819-1837), considerada como el origen de la filología germánica. Entre sus otras obras están Sobre los antiguos Meistergesang (menestrales) alemanes (1811), Mitología alemana (1835) e Historia de la lengua alemana (1848). Algunas de las obras de Wilhelm son Antiguas canciones de gesta danesas (1811), Leyendas heroicas alemanas (1829), La canción de Roldán (1838) y El antiguo idioma alemán (1851). 

                                       
Tipo de Narrador:  Tercera persona , Narrador Omnisciente .

Tema principal: Hansel y Gretel son dos hermanos abandonados en el bosque. Perdidos, encuentran una casa de chocolate y dulces en la que vive una anciana que les invita a pasar. Los niños se quedan, pero la anciana resulta ser una bruja que encierra al niño en una jaula , al final logran huir.

Espacio o Ambiente: El espacio del texto es el bosque , ya que la mayor parte del texto esta desarrollada en ese lugar.

Comentario: Este cuento es uno de mis favoritos , ya que me gusta el desarrollo de la historia y lo fantástica que es pero también tiene algo de real , aparte me agrada de que puedan huir , matar a la bruja y encontrar el camino a casa nuevamente.



                                                         Texto No Literario


                                 A tres años de la muerte en Juan Fernandez. 

Hoy se conmemora un nuevo aniversario del terrible accidente que terminó con la vida del animador de Buenos días a Todos. 
Un día como hoy, hace tres años, Chile entero se estremeció la noticia que daba cuenta del accidente aéreo el archipiélago de Juan Fernández. En el fatídico vuelo del Casa 212 de la Fach viajaban 21 personas, entre ellos un equipo del matinal Buenos Días a Todos encabezado por Felipe Camiroaga.
Pasaron 24 horas de vigilia nacional y la muerte de los viajeros era confirmada por el ministro de Defensa de la época, Andrés Allamand. Felipe Camiroaga, el animador más importante de la televisión chilena y uno de los hombres más cotizado por las mujeres, había fallecido.
“Esperamos que este día (hoy) traiga justicia y le envío una abrazo reponedor a los familiares de las personas que perdieron a sus seres queridos en el accidente. Hoy es un día para recordar con cariño y reflexión”, dijo Karen Doggenweiler al iniciar el capítulo de hoy de Buenos Días a Todos.

Los días siguientes a la muerte de las 21 personas fueron de duelo total en la televisión chilena. La tragedia caló tan profundo en TVN que en las afueras del canal se alzó un monumento que recuerda al Halcón, a Roberto Bruce, Rodrigo Cabezón, Carolina Gatica y Silvia Slier.

Idea 1°: La conmemoración de los 3 años de la tragedia de Juan Fernandez. 

Ideas 2°: 
 el avión en que volaban "casa 212 de la fach"
 Viajaban 21 personas
 entre los muertos iban miembros del equipo de buenos días a todo-pasaron 24 horas de    vigilia nacional
 la muerte de los viajeros era confirmada por el ministro de defensa de la época Andres  Allamand
Comentario:  La noticia fue conmovedora ya que se recuerda a difuntos que alegraban la televisión chilena y entristece recordarlos de nuevo después de 3 años. 

  TEXTO LITERARIO:             

                                             
                                                               LA NOCHE
Amo la noche con pasión. La amo, como uno ama a su país o a su amante, con un amor instintivo, profundo, invencible. La amo con todos mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con mis oídos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las tinieblas acarician. Las alondras cantan al sol, en el aire azul, en el aire caliente, en el aire ligero de la mañana clara. El búho huye en la noche, sombra negra que atraviesa el espacio negro, y alegre, embriagado por la negra inmensidad, lanza su grito vibrante y siniestro.
El día me cansa y me aburre. Es brutal y ruidoso. Me levanto con esfuerzo, me visto con desidia y salgo con pesar, y cada paso, cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me fatiga como si levantara una enorme carga.
Pero cuando el sol desciende, una confusa alegría invade todo mi cuerpo. Me despierto, me animo. A medida que crece la sombra me siento distinto, más joven, más fuerte, más activo, más feliz. La veo espesarse, dulce sombra caída del cielo: ahoga la ciudad como una ola inaprensible e impenetrable, oculta, borra, destruye los colores, las formas; oprime las casas, los seres, los monumentos, con su tacto imperceptible.
Entonces tengo ganas de gritar de placer como las lechuzas, de correr por los tejados como los gatos, y un impetuoso deseo de amar se enciende en mis venas.
Salgo, unas veces camino por los barrios ensombrecidos, y otras por los bosques cercanos a París donde oigo rondar a mis hermanas las fieras y a mis hermanos, los cazadores furtivos. Aquello que se ama con violencia acaba siempre por matarlo a uno.
Pero ¿cómo explicar lo que me ocurre? ¿Cómo hacer comprender el hecho de que pueda contarlo? No sé, ya no lo sé. Sólo sé que es. Helo aquí.
El caso es que ayer -¿fue ayer?-. Sí, sin duda, a no ser que haya sido antes, otro día, otro mes, otro año -no lo sé-. Debió ser ayer, pues el día no ha vuelto a amanecer, pues el sol no ha vuelto a salir. Pero, ¿desde cuándo dura la noche? ¿Desde cuándo…? ¿Quién lo dirá? ¿Quién lo sabrá nunca? El caso es que ayer salí como todas las noches después de la cena. Hacía, bueno, una temperatura agradable, hacía calor. Mientras bajaba hacia los bulevares, miraba sobre mi cabeza el río negro y lleno de estrellas recortado en el cielo por los tejados de la calle, que se curvaba y ondeaba como un auténtico torrente, un caudal rodante de astros. Todo se veía claro en el aire ligero, desde los planetas hasta las farolas de gas. Brillaban tantas luces allá arriba y en la ciudad que las tinieblas parecían iluminarse. Las noches claras son más alegres que los días de sol espléndido.
En el bulevar resplandecían los cafés; la gente reía, pasaba o bebía. Entré un momento al teatro; ¿a qué teatro? ya no lo sé. Había tanta claridad que me entristecí y salí con el corazón algo ensombrecido por aquel choque brutal de luz en el oro de los balcones, por el destello ficticio de la enorme araña de cristal, por la barrera de fuego de las candilejas, por la melancolía de esta claridad falsa y cruda.
Me dirigí hacia los Campos Elíseos, donde los cafés concierto parecían hogueras entre el follaje. Los castaños radiantes de luz amarilla parecían pintados, parecían árboles fosforescentes. Y las bombillas eléctricas, semejantes a lunas destellantes y pálidas, a huevos de luna caídos del cielo, a perlas monstruosas, vivas, hacían palidecer bajo su claridad nacarada, misteriosa y real, los hilos del gas, del feo y sucio gas, y las guirnaldas de cristales coloreados.
Me detuve bajo el Arco del Triunfo para mirar la avenida, la larga y admirable avenida estrellada, que iba hacia París entre dos líneas de fuego, y los astros, los astros allá arriba, los astros desconocidos, arrojados al azar en la inmensidad donde dibujan esas extrañas figuras que tanto hacen soñar e imaginar.
Entré en el Bois de Boulogne y permanecí largo tiempo. Un extraño escalofrío se había apoderado de mí, una emoción imprevista y poderosa, un pensamiento exaltado que rozaba la locura.
Anduve durante mucho, mucho tiempo. Luego volví.
¿Qué hora sería cuando volví a pasar bajo el Arco del Triunfo? No lo sé. La ciudad dormía y nubes, grandes nubes negras, se esparcían lentamente en el cielo.
Por primera vez sentí que iba a suceder algo extraordinario, algo nuevo. Me pareció que hacía frío, que el aire se espesaba, que la noche, que mi amada noche, se volvía pesada en mi corazón. Ahora la avenida estaba desierta. Solos, dos agentes de policía paseaban cerca de la parada de coches de caballos y, por la calzada iluminada apenas por las farolas de gas que parecían moribundas, una hilera de vehículos cargados con legumbres se dirigía hacia el mercado de Les Halles. Iban lentamente, llenos de zanahorias, nabos y coles. Los conductores dormían, invisibles, y los caballos mantenían un paso uniforme, siguiendo al vehículo que los precedía, sin ruido sobre el pavimento de madera. Frente a cada una de las luces de la acera, las zanahorias se iluminaban de rojo, los nabos se iluminaban de blanco, las coles se iluminaban de verde, y pasaban, uno tras otro, estos coches rojos; de un rojo de fuego, blancos, de un blanco de plata, verdes, de un verde esmeralda.
Los seguí, y luego volví por la calle Royale y aparecí de nuevo en los bulevares. Ya no había nadie, ya no había cafés luminosos, sólo algunos rezagados que se apresuraban. Jamás había visto un París tan muerto, tan desierto. Saqué mi reloj. Eran las dos.
Una fuerza me empujaba, una necesidad de caminar. Me dirigí, pues, hacia la Bastilla. Allí me di cuenta de que nunca había visto una noche tan sombría, porque ni siquiera distinguía la columna de Julio, cuyo genio de oro se había perdido en la impenetrable oscuridad. Una bóveda de nubes, densa como la inmensidad, había ahogado las estrellas y parecía descender sobre la tierra para aniquilarla.
Volví sobre mis pasos. No había nadie a mi alrededor. En la Place du Château-d’Eau, sin embargo, un borracho estuvo a punto de tropezar conmigo, y luego desapareció. Durante algún tiempo seguí oyendo su paso desigual y sonoro. Seguí caminando. A la altura del barrio de Montmartre pasó un coche de caballos que descendía hacia el Sena. Lo llamé. El cochero no respondió. Una mujer rondaba cerca de la calle Drouot: «Escúcheme, señor.» Aceleré el paso para evitar su mano tendida hacia mí. Luego nada. Ante el Vaudeville, un trapero rebuscaba en la cuneta. Su farolillo vacilaba a ras del suelo. Le pregunté:
-¿Amigo, qué hora es?
-¡Y yo que sé! -gruñó-. No tengo reloj.
Entonces me di cuenta de repente de que las farolas de gas estaban apagadas. Sabía que en esta época del año las apagaban pronto, antes del amanecer, por economía; pero aún tardaría tanto en amanecer…
«Iré al mercado de Les Halles», pensé, «allí al menos encontré vida».
Me puse en marcha, pero ni siquiera sabía ir. Caminaba lentamente, como se hace en un bosque, reconociendo las calles, contándolas.
Ante el Crédit Lyonnais ladró un perro. Volví por la calle Grammont, perdido; anduve a la deriva, luego reconocí la Bolsa, por la verja que la rodea. Todo París dormía un sueño profundo, espantoso. Sin embargo, a lo lejos rodaba un coche de caballos, uno solo, quizá el mismo que había pasado junto a mí hacía un instante. Intenté alcanzarlo, siguiendo el ruido de sus ruedas a través de las calles solitarias y negras, negras como la muerte.
Una vez más me perdí. ¿Dónde estaba? ¡Qué locura apagar tan pronto el gas! Ningún transeúnte, ningún rezagado, ningún vagabundo, ni siquiera el maullido de un gato en celo. Nada.
«¿Dónde estaban los agentes de policía?”, me dije. «Voy a gritar, y vendrán.» Grité, no respondió nadie.
Llamé más fuerte. Mi voz voló, sin eco, débil, ahogada, aplastada por la noche, por esta noche impenetrable.
Grité más fuerte: «¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!»
Mi desesperada llamada quedó sin respuesta. ¿Qué hora era? Saqué mi reloj, pero no tenía cerillas. Oí el leve tic-tac de la pequeña pieza mecánica con una desconocida y extraña alegría. Parecía estar viva. Me encontraba menos solo. ¡Qué misterio! Caminé de nuevo como un ciego, tocando las paredes con mi bastón, levantando los ojos al cielo, esperando que por fin llegara el día; pero el espacio estaba negro, completamente negro, más profundamente negro que la ciudad.
¿Qué hora podía ser? Me parecía caminar desde hacía un tiempo infinito pues mis piernas desfallecían, mi pecho jadeaba y sentía un hambre horrible.
Me decidí a llamar en la primera casa. Toqué el timbre de cobre, que sonó de una forma extraña, como si este ruido vibrante fuera el único del edificio. Esperé. No contestó nadie. No abrieron la puerta. Llamé de nuevo; esperé… Nada.
Tuve miedo. Corrí a la casa siguiente, e hice sonar veinte veces el timbre en el oscuro pasillo donde debía dormir el portero. Pero no se despertó, y fui más lejos, tirando con todas mis fuerzas de las anillas o apretando los timbres, golpeando con mis pies, con mi bastón o mis manos todas las puertas obstinadamente cerradas.
Y de pronto, vi que había llegado al mercado de Les Halles. Estaba desierto, no se oía un ruido, ni un movimiento, ni un vehículo, ni un hombre, ni un manojo de verduras o flores. Estaba vacío, inmóvil, abandonado, muerto.
Un espantoso terror se apoderó de mí. ¿Qué sucedía? ¡Oh Dios mío! ¿qué sucedía?
Me marché. Pero, ¿y la hora? ¿y la hora? ¿quién me diría la hora?
Ningún reloj sonaba en los campanarios o en los monumentos. Pensé: «Voy a abrir el cristal de mi reloj y tocaré la aguja con mis dedos.» Saqué el reloj… ya no sonaba… se había parado. Ya no quedaba nada, nada, ni siquiera un estremecimiento en la ciudad, ni un resplandor, ni la vibración de un sonido en el aire. Nada. Nada más. Ni tan siquiera el rodar lejano de un coche, nada.
Me encontraba en los muelles, y un frío glacial subía del río.
¿Corría aún el Sena?
Quise saberlo, encontré la escalera, bajé… No oía la corriente bajo los arcos del puente… Unos escalones más… luego la arena… el fango… y el agua… hundí mi brazo, el agua corría, corría, fría, fría, fría… casi helada… casi detenida… casi muerta.
Y sentí que ya nunca tendría fuerzas para volver a subir… y que iba a morir allí abajo… yo también, de hambre, de cansancio, y de frío.

- BIOGRAFIA: Henry René Albert Guy de Maupassant (Dieppe5 de agosto de 1850-París6 de julio de 1893) fue un escritor francés, autor principalmente de cuentos, aunque escribió seis novelas. Para el historiador del terror Rafael Llopis, Maupassant, perdido en la segunda mitad del siglo XIX, se encuentra muy lejano ya del furor del Romanticismo; es «una figura singular, casual y solitaria».

- NARRADOR: Tipo de narrador omnisciente porque es un voz que relata y cuenta los sucesos en un cierto orden.

- ESPACIO: De noche en la calle

- COMENTARIO: Me gusto mucho la historia de este personaje que le gusta la noche al igual que yo y porque es muy interesante el cuento y es muy recomendable.

- TEMA CENTRAL: Un hombre que le encantaba la noche y no preferia por nada el dia sin sabes lo que iba pasar esa extraña noche.

TEXTO NO LITERARIO:


La tecnología moderna permitió a un científico de la India enviar un mensaje por internet a su colega en Francia usando el poder de su mente, según los resultados de un estudio publicado en la revista 'Plos One'.


Un equipo científico internacional ha logrado enviar un mensaje por internet a más de 8.000 kilómetros a través de ondas cerebrales
El mensaje transmitido a través de Internet a una distancia de más de 8.000 kilómetros apareció en un extremo de un ojo del segundo voluntario en forma de un destello de luz. Esta aparecía con una intensidad de frecuencia que permitía al receptor del mensaje descifrar la información recibida. 

IDEA PRINCIPAL: Cientifico transmite telepaticamente un mensaje a su colega desde otro continente

IDEA SECUNDARIA: El mensaje se transmitio atravez de 8.000 km .

COMENTARIO: Es un muy buen descubrimiento cientifico ya que es interesante poder hablar con la mente con otras personas .
                                                      Texto Literario

                                           La niña que brillaba como el sol

Erase que era una pequeña niña de ojos claros y cabello como el sol. 
Erase que era tan hermosa que hasta el mismo sol sonreía cada vez que la veía.
La niña tenía todo lo que una niña podía anhelar. Solo le faltaba una cosa que le hacía ponerse muy triste: la niña no podía hacer nada.
Si, como lo leéis, no os extrañéis, es verdad. Y no podía hacer nada porque pensaba que no servía para nada, que no sabía hacer nada. 
La niña vivía desde dentro y para dentro y los demás sencillamente la ignoraban, era invisible a sus ojos. Cuando quería decir algo, se le ponía como un nudo en la garganta y la voz no le salía por más que ella lo intentara. Hasta se ponía roja del esfuerzo, y como finalmente no podía, una rabia cada vez mayor se iba apoderando de ella, aunque muchas veces no se daba cuenta de ello.
Y claro los demás, incluida hasta su propia madre, no se daban cuenta de nada y solo pensaban: esta niña es muy calladita. 
Y no digamos ya cantar, eso era imposible, inimaginable, pero como le encantaba la música y ya hemos dicho que la niña vivía desde dentro y para dentro se pasaba el día imaginando y cantando para sí misma canciones.
Y tampoco pintaba, ni escribía, ni jugaba con otros niños, no podía hacerlo, porque había una vez en su cabecita que le decía: “me sale todo mal”.
Y de esta forma iban pasando los días, uno a uno. Sobreviviendo a través de su imaginación. No era extraño verla hablar sola o a sus muñecas, y cantarles cuando nadie le escuchaba, todas las canciones que se había inventado.
Como la niña, que ni nombre tenía, no podía ni sabía expresar hacia fuera, aprendió a ser sabia, a conocerse a si misma y a conocer a los demás, y cuando por fin, un hada buena y generosa, le concedió el deseo de poder hablar, cantar y expresarse, ayudó a conocerse a si mismas a todas las personas que en su ignorancia, ni siquiera sabían que esta niña existía y que su existencia, ya desde muy niña brillaba como el sol.

Moralejas: Las personas a las que ignoramos o pasan indiferentes para nosotros, pueden ser nuestras maestras algún día.
No debemos juzgar a nadie por las apariencias.

Biografía: no tiene autor anónimo
 
Tipo de narrador: Narrador testigo ya que habla desde afuera de la historia
 
Espacio o ambiente: No se especifica ya que habla solo de la niña
 
Comentario: Me pareció muy buena la historia ya que esta con una moraleja la cual nos hace ver de otra manera el mundo
 
Tema central: El tema central es ayudarnos a no juzgar ni a ignorar a la gente por sus apariencias si no que todo lo contrario ayudarlas a hacerlas sentir mejor.



                                                Texto No Literario

                       Michael Schumacher podría volver a casa en Navidad

El séptuple campeón mundial de la F1 se recupera en Suiza del accidente que sufrió mientras esquiaba en Francia.
Casi un año del gravísimo accidente que sufrió mientras esquiaba en Francia. Lo anticipó hoy la edición on line de la revista "Focus", que citó informaciones procedentes de Lausana, Suiza, donde el ex piloto alemán se recupera del accidente que sufrió a fines de 2013 en Meribel y que lo mantuvo en estado de coma por meses. 
"Necesita asistencia constante durante todo el día y nadie está en condiciones de asegurar cuánto tiempo necesitará para recuperar la capacidad motriz y cognitiva o cuándo recuperará la memoria", explicó Focus.

Idea principal: El séptuple campeón mundial de la F1 se recupera en suiza del accidente que sufrió mientras esquiaba en Francia, se dice que podría volver a casa en navidad. 

Idea secundaria: Ex piloto alemán se recupera del accidente que sufrió a fines de 2013 en maribel. Revista "Focus" cito informaciones procedentes de Lausana, suiza.

Comentario: Que después de un accidente tan grabe es casi un milagro que haya quedado vivo sin mayores secuelas y que se este recuperando en tan "corto plazo".